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MUNDO GUERRAPor LUIS VILLEGAS MONTES, 2025-06-20 02:46:48
El cielo olía a cables quemados y las nubes eran en realidad drones mimetizados que fingían una lluvia triste para no parecer lo que eran, espías con licencia diplomática. Mundo Guerra abrió los ojos en su cama de concreto. No soñaba desde 2014, el día que Crimea se fue de casa sin despedirse. Su techo estaba lleno de grietas, como si alguien hubiera tratado de trazar un mapa con explosiones. En su mesita de noche, un calendario vencido marcaba el año cero. Se levantó con lentitud. Tenía el cuerpo hecho de fronteras. Cada cicatriz era un tratado. Cada arruga, un armisticio roto. Ese día tenía una cita con viejos conocidos en el Despacho de la Desinteligencia, un edificio circular, sin ventanas, donde la luz venía de una bombilla intermitente y el eco repetía mentiras en catorce idiomas (inglés, español, chino mandarín, hindi, ruso, japonés, coreano, francés, italiano, alemán, turco, portugués, árabe y bengalí), con cinco segundos de retardo. Irán llegó puntual, envuelto en incienso, los dedos teñidos de petróleo y los ojos quemados de profecía; traía consigo un puñal que decía haber heredado de Ciro el Grande, aunque lo afilaba cada semana en una piedra para amolar hecha de resentimiento fresco. Israel entró poco tiempo después, impecable como siempre, enfundado en un traje de diseñador, cargando con un maletín lleno de drones y una Torah escrita con sangre. Su sombra medía más que su cuerpo. Mucho más. Saludó sin mirar, como quien sabe que será obedecido aunque no hable. —Otra vez ustedes —murmuró Mundo, sin sorpresa. —Otra vez, Mundo —contestaron al unísono. Mientras se disputaban el derecho a la última ofensa, llegaron los otros. Franklin Rex llegó tarde, pero consiguió que todos lo esperaran. Traía democracia en un portafolios y muerte en una cláusula. Saludó con la mano derecha mientras la izquierda apretaba el gatillo del mercado. Silko entró flotando, como quien nunca toca el suelo. Vestía de jade, olía a té… o a tiempo. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, las palabras caían como monedas antiguas. Traía un cuaderno sin títulos y una pluma sin tinta. Anotaba sin escribir. Zarova llegó detrás. Lleva un abrigo de piel sintética y una bufanda empapada en hastío; tenía el rostro surcado por la Guerra Fría y los ojos húmedos de nostalgia imperial. Arrastraba un abrigo de invierno que olía a óxido y nostalgia. Nadie la había invitado, pero ella ya había movido una silla antes de que alguien notara su presencia. Fumaba tabaco negro. Su aliento parecía salir de una trinchera de 1917. —¿Y ustedes? —preguntó Mundo. Nosotros apostamos —dijo Silko. —Y bebemos mientras tanto —añadió Zarov. En otra sala, Gaza sangraba por la nariz, Ucrania lloraba con los dientes rotos, Taiwán se escondía detrás de un biombo y Yemen ni siquiera tenía silla. Allá, afuera del mundo, la ONU, como siempre, repartía folletos de colores: “¡La paz comienza contigo! Firma aquí”. Nadie firmaba. Nadie leía. Mundo Guerra apagó las luces con un mando a distancia. En la penumbra, su silueta se volvió más nítida, no era un hombre, era una época. —¿Cuál es el siguiente movimiento? —preguntó Israel. —El mismo de siempre —respondió Silko, sin levantar la mirada —Esperar a que ustedes se destruyan. —Yo no espero —dijo Zarov—. Yo acumulo. Irán bufó. —¿Y tú, Mundo? —Yo sólo administro las ruinas —respondió. En ese instante, la puerta del fondo se abrió sin que nadie la tocara. Entró Diké. Vestía de blanco, pero su túnica estaba desgarrada. Sus ojos vendados estaban manchados de tierra. Sostenía una balanza rota, como quien carga un cadáver antiguo. —¿Sigues aquí? —preguntó Mundo, sin ironía. —A ratos —respondió ella—. Me invocan cuando necesitan coartada. Todos la miraron como si fuera un recuerdo. Nadie se levantó. —¿Qué vas a hacer ahora? —insistió Mundo. Diké lo pensó un instante. Su voz salió más vieja que la historia. —Quizá callar. Quizá irme. Quizá volver en mil años, cuando alguien recuerde cómo se llamaba el equilibrio. Rex sacó una calculadora de última generación. Zarov encendió otro cigarro. Silko cerró su cuaderno sin haber escrito una sola palabra. Irán revisó el filo de su puñal. Israel abrió su maletín. Mundo Guerra, sereno, se puso el saco. Tenía una cita con la historia; y, como siempre, llegaría puntual. Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/ Luis Villegas Montes. [email protected], [email protected] ![]() ![]() |
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