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DE RUGIDOS A MAULLIDOSPor LUIS VILLEGAS MONTES, 2025-09-02 03:35:45
Ése podría servir como epitafio político para Fernández Noroña. Hay muertes políticas que no requieren funerales; basta un minuto de video para ver cómo se derrumba un mito y a Gerardo Fernández Noroña, el eterno bravucón de tribuna, el bufón gritón disfrazado de tigre, acaba de sufrir la suya, murió de pie, sí, pero murió como un perfecto cobarde. Sin duda, en ocasiones, los nombres suelen traicionar a sus dueños; Gerardo Fernández Noroña carga uno solemne, de prócer de estatua; Gerardo, lanza fuerte; Fernández, hijo de Fernando; Noroña, rareza castiza con resonancia propia; un nombre con pretensiones de historia; y, sin embargo, al llegar los empujones, el prohombre se encogió, la lanza se volvió palito, el hijo se quedó sin padre y el raro Noroña terminó sonando a ñoña ‘ñora. En la otra esquina, Alejandro Moreno, quien pudo portar con dignidad su nombre de rey macedonio, decidió mutilarse en el ridículo, “Alito”; apodo de patio escolar, de niño que se roba el lonche, de compadrito que nunca creció, y, sin embargo, fue ese “Alito” —mote risible, diminutivo de circo— quien ayer subió como gato rabioso y repartió zarpazos mientras el solemne Gerardo miraba al suelo. Durante años, Noroña construyó un personaje a base de manotazos, denuestos, gritos y desplantes; insultos a presidentes, retos al aire, lengüetazos de fuego en cada micrófono, el hombre del “¡chinga tu madre, Calderón!”, el agitador que convertía cada sesión en mercado de pulgas, siempre presumió ser toro, ser tigre, ser gallo de pelea. Ayer, sin embargo, apareció su némesis más improbable: Alejandro “Alito” Moreno, ese político de utilería, caricatura de sí mismo, maestro de la tranza y del ridículo, y, contra todo pronóstico, fue “Alito” quien rugió, quien empujó, quien lanzó golpes y amenazas. ¿Y Noroña? Bien, gracias. Nada de nada. Jarabe de piquito. Ni garras, ni colmillos, ni la bravata que lo ha hecho célebre, apenas un “¡mírame y no me toques!”, balbuceado con voz de gatito asmático, ni un codazo, ni un manotazo, ni siquiera un gesto o ademán de dignidad, el tigre se volvió tapete; el toro, becerro desorientado; el gallo, gallina mojada. El contraste fue brutal, mientras Moreno, con todos sus defectos, encarnaba la furia desbocada, Noroña se petrificaba como estatua de yeso, con la mirada extraviada del que sabe que está siendo despojado en público de su último mito: el de valiente y entrón. En política, los rugidos sostienen carreras; los maullidos las entierran, y ayer, el rugido de Noroña se quebró para siempre. No hubo estratega, no hubo mártir, no hubo cálculo, hubo miedo, puro y simple, miedo de devolver el golpe, miedo de perder el papel de víctima, miedo de dejar en claro que, detrás de tanta saliva y espuma, no había más que un hombrecito frágil; un viejo patético, un infeliz cualquiera incapaz del contragolpe. Fernández Noroña no fue derrotado por un adversario de talla histórica, sino por el inefable “Alito”, el pelele más risible de la política mexicana; quizá ésa sea la tragedia más grande: morir como tigre, noqueado por un gato de azotea. He ahí la ironía, el hombre de nombre imponente se acurrucó cobarde, convertido en piltrafa; y el hombrecillo con un alias ridículo se agigantó como pendenciero de feria. El Congreso no fue Senado, fue implausible arena de nombres invertidos, donde el grande se hizo chico y el chico, a golpes, se sintió grande. Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/ Luis Villegas Montes. [email protected], [email protected] ![]() ![]() |
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