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LA MARCHA POTEMKINPor LUIS VILLEGAS MONTES, 2025-12-12 00:58:17
O lo que es lo mismo: entre el pueblo libre y el pueblo acarreado. Existen gobiernos, como el nuestro, que lejos de gobernar lo simulan y, en los hechos, se trata de un ejercicio vil: el de controlar. Ése es el gobierno de la autollamada 4T: un gobierno que administra un país a su antojo y que lo único que busca es el poder por el poder y mantenerse en él a perpetuidad, cueste lo que cueste. El gobierno de Claudia Sheinbaum es de esos; uno que finge ser lo que no es y que de representar algo, sólo se representa a sí mismo en una República de oropel; lo acaba de hacer (autorepresentarse), lo hizo el 6 de diciembre, cuando organizó un desfile triunfal —bautizado con tono de epopeya zoológica como La Marcha del Tigre (asqueroso)— para festinar los siete años de ese engendro que es MORENA en el poder. No fue una expresión popular, fue una puesta en escena, una marcha Potemkin, cartón-piedra pintado de pueblo. Tres semanas antes, el 15 de noviembre, otra multitud había salido a las calles. Jóvenes, madres, víctimas, ciudadanos de a pie marcharon sin banderas partidistas ni templetes, movidos por la desesperación y la indignación ante la violencia. Ésa fue la marcha del pueblo libre: espontánea, auténtica y —por eso mismo— peligrosa para el régimen. En esa ocasión, el poder respondió como suelen hacerlo los gobiernos asustados: vallas, granaderos, gases y calumnias. La protesta fue descalificada desde el púlpito oficial como “manipulada” y “conservadora”. La presidenta de México no podía tolerar ni consentir que las calles se llenaran sin su venia. En cambio, el 6 de diciembre, el mismo Zócalo amaneció sin cercos metálicos, sin granaderos, sin provocadores encapuchados. La diferencia no fue el civismo, sino la autoría: la coreografía, la escenografía, el decorado… el teatro, pues. La marcha morenista fue un desfile ordenado y complaciente: autobuses rentados, banderas idénticas, discursos de consigna, funcionarios sonrientes. Ni una piedra, ni un empujón, ni un detenido. El Estado no reprime cuando la multitud corea su nombre y alaba a su verdugo en turno. Lo mismo hacían Díaz Ordaz, Luis Echeverría y López Portillo. El contraste no puede ser más elocuente: una marcha —la de noviembre— fue reprimida por decir la verdad; la otra —la de diciembre— fue celebrada por repetir la mentira. La primera mostró a un pueblo que exige justicia, que quiere respuestas, que está harto; la segunda, a un pueblo acarreado que simula, que adula, que vocifera consignas. En noviembre, el poder sintió miedo; en diciembre, se disfrazó de pueblo para no sentir vergüenza —ni asco— de sí mismo. Ésa es la esencia Potemkin del régimen: el decorado del entusiasmo oficial montado sobre la ruina moral del país. Una escenografía política para tapar la realidad con lonas guindas. Un gobierno que se toma fotos con su propio espejismo mientras los verdaderos ciudadanos —los libres— siguen marchando en silencio, sin templetes, sin permisos, sin aplausos, porque aún creen que la democracia no se decreta, se ejerce; y que los demócratas no piden permiso (ni torta, ni lonche, ni dádivas), proceden en conciencia. En resumen, hablando de marchas: la del 6 de diciembre fue una fiesta de utilería; la del 15 de noviembre, un reclamo de verdad. Entre una y otra hay todo un país de por medio: uno que aplaude, se encoge, tiembla y rebuzna… y otro que piensa, que cree, que sueña, que actúa. Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/ Luis Villegas Montes. [email protected], [email protected]
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