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HE RODADO DE ACÁ PARA ALLÁPor LUIS VILLEGAS MONTES, 2025-10-25 01:15:13
En estos últimos treinta días he rodado de acá para allá aunque, a diferencia de José José, no he sido de todo y sin medida; yo sí estuve ocupado, por ejemplo, ultimé una novela que espero vea la luz allá por el 2026 (confío en que el Adolfo y Laura se apiaden de mí y dejen de hablar de proyectos editoriales que no me incluyen), viajé y leí. Leí un montón, a eso vamos lueguito. Lo de la escribidera no fue espontáneo; fue, todo sea dicho, una imposición de mi editor; en efecto, terminada la susodicha novela desde el año pasado (2024), vino el Adolfo a decirme que estaba coja; que como que “le faltaba”; que los primeros nueve capítulos, de los treintaiocho, estaban “bien” —así, peyorativamente dicho: “bien”; no magníficos ni espectaculares, pese a que soy su “santo padre” (Adolf dixit) sólo “bien”—; que estaban como huérfanos; que hacía falta un “hilo conductor” entre los cuatro millones de años que median entre el primero y el tercer apartado; y ahí voy yo… Ahí voy yo de imbécil, haciéndole caso, escribiendo mañana, tarde y noche sobre Heródoto sin ocuparme de él en realidad —porque al final me salieron nueve capítulos (cortitos) que nada tenían que ver con la novela y decidí no incluirlos y los volví relato y a ver qué pasa con ellos—; hasta que, en una venturosa noche de borrachera, se me ocurrió hablar de Napoleón, de Waterloo, de Nathan Rothschild y por ahí me fui hasta terminar —lo juro (es puntualmente cierto)— con una escasez de Vaselina mundial, Claudia Sheinbaum, Andrés Manuel López Obrador y la destrucción de un planeta, Náusicaa, dos mil ochentaiocho años después —si quiere saber el final léame… léame cuando al %$#@& Adolfo y a su novia, Laurita (tan bonita Laurita), les dé su real gana publicarme en nuestra, ¡ajá!, nuestra editorial)—. Vale, pues satisfechas mis venas turística y literaria, se impuso la lectora y leí. Dado que, como es público y sabido, no tengo trabajo —me imagino que, de aquí a que consiga uno (si consigo) me voy a dedicar a escribir, a leer y a fregar el alma— debo aclarar que estas actividades no las realicé en el amado terruño y me vine a las Europas. No he leído tanto como quisiera y no he escrito tanto de modo tal que compense mi falta de lecturas; sin embargo, el tiempo está bien empleado porque he comido tanto marisco que están por salirme escamas y mis ojos, otrora pestañudos y vivaces, sobresalen de sus órbitas de un modo muy coqueto. A mis tres o cuatro lectores (sí, tristemente hemos ido a la baja) les aviso que las próximas semanas me voy a dedicar —por este medio y por esta vía— a hablar de libros y mi experiencia personal con ellos (si quiere informarse de los destinos de la patria, o de las ínfulas megalómanas de Santiago de la Peña, lea otra cosa). No faltará el torpe engendro (me consta que los hay), que se asombre, tuerza los ojos y crea que leer dos o tres libros al mes es un exceso, una exageración o un imposible; vale, yo llevo veinte en cuatro semanas; y no leí bastante porque, como dije, perdí el tiempo: fui a la playa, a museos (y lugares de interés), comí pescado y mariscos, bebí ron con Coca-Cola como pirata del siglo XVII —pobres, ellos lo tomaban sin Coca-Cola—, escribí y engordé (ya no quepo en ningún pantalón). Es del balance de esas lecturas que voy empezar a escribir las siguientes semanas; básicamente por dos razones: porque quiero y porque puedo. Va. La mujer del dragón rojo, de José Rodrigues Dos Santos,[1] es una novela facilona; la gente que presume de culta podría desdeñarla —o alabarla—, imagino, pensando que el autor emprende una travesía epistemológica hacia los abismos gnoseológicos de la geopolítica contemporánea. La novela, que bajo su aparente ropaje de thriller oculta una crítica cifrada al expansionismo chino, deviene metáfora de la nueva Ruta de la Seda como vector biopolítico del control global. Cada página vibra con una tensión telúrica entre Oriente y Occidente, donde el virus del autoritarismo —símbolo del Otro invisible— se erige en paradigma de un socialismo viral que contamina tanto cuerpos como conciencias. La prosa de Rodrigues dos Santos, simultáneamente terrenal y sideral, se ofrece como un espejo fractal de una civilización milenaria. Nah. Payasadas. Léala porque resulta fácil de leer, lo entretiene, lo ilustra (todas las referencias históricas las chequé en Internet y son veraces) y le ayuda a entender qué es —cómo es y por qué es como es, desde sus orígenes— el comunismo. Sí, es sólo un thriller sobre terrorismo y conspiraciones; pero en el fondo, allá debajo, está una verdad inapelable: pese a la rotundidad de su fracaso, la ideas socialistoides o francamente comunistas perviven y ahí está nuestro gobierno de idiotas (en el ámbito federal, que conste), alentando una visión del mundo fracasada, salvaje, ridícula y estúpida, con un montón de gentuza aplaudiendo de pie hablando de “movimiento”; cámbielo por “partido” y ya estamos. Como no me he cansado de repetirle en todos estos años de desvida: edúquese y lea. Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/
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