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MURIÓ MARIO VARGAS LLOSA Y ALGO EN MÍ TAMBIÉN.Por LUIS VILLEGAS MONTES, 2025-04-18 01:59:31
“La muerte a mí no me angustia. [...] La vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin”. Mario Vargas Llosa. Ayer me llegó, de súbito, un mensaje de texto: la noticia brutal, inapelable, definitiva, Mario Vargas Llosa ha muerto. Lo escribo y no lo creo, lo repito en voz alta y suena a disparate, a profecía fallida, a chisme mediático, pero no. Esta vez no hay vuelta de hoja. Vargas Llosa —patriarca indiscutible de la literatura en castellano— se ha ido y yo me he quedado un poco huérfano. Como contaba Facundo Cabral que su abuela había dicho a la muerte de Gardel. ¿Qué se dice en estos casos? Porque lo que se ha muerto hoy no es sólo un hombre, es una voz, un mundo, un idioma entero. El español ha perdido a uno de sus gladiadores más feroces y más lúcidos. ¿Quién hablará ahora con esa elegancia endemoniada, con esa claridad que era al mismo tiempo látigo, linterna y poema? Nadie. Lo digo sin rubor ni mesura: nadie. Fue uno de los pocos —muy pocos— que supieron envejecer escribiendo. Que no se cansaron de pensar, de leer, de polemizar. Aunque a veces no estuviéramos de acuerdo con él, aunque su viraje ideológico nos incomodara, siempre nos obligó a leerlo con respeto; y eso, en estos tiempos de ruido y consigna, es una forma rara y admirable de decencia intelectual. Su muerte, entonces, no sólo duele por lo que se fue, duele por lo que ya no vendrá, porque uno lo imaginaba escribiendo hasta los cien años; dictando artículos, corrigiendo pruebas de imprenta, haciendo anotaciones. Uno se imaginaba —porque así de mezquinos somos— que Vargas Llosa era inmortal. No por biología, claro está, sino por justicia. Porque un tipo que hizo tanto, que escribió tanto y tan bien, que nos enseñó tanto, debía seguir ahí. No por capricho por derecho. Yo tenía poco más, o menos, de veinte años, cuando leí La guerra del fin del mundo; y ya no fui el mismo después. El libro —tremendo, volcánico— me enseñó que la novela no sólo es una forma de contar: es una forma de comprender, más de vivir. De asomarse al abismo humano con los ojos bien abiertos. Vargas Llosa no sólo escribió una ficción histórica sobre Canudos: levantó un espejo negro y lo puso frente a todos nosotros. Nos dijo: “Aquí están los fanatismos, las miserias, las ilusiones, los cadáveres, el barro. Aquí está el poder, con su crueldad infinita. Y aquí estamos todos nosotros, lectores inocentes, creyendo que esto pasó allá y entonces, cuando en realidad sigue pasando aquí y ahora”. Aquella lectura fue especie de bautizo y no exagero: me marcó más que muchas clases de leyes, más que muchos otros autores, más que infinidad de discursos que he leído o escuchado, porque en La guerra del fin del mundo descubrí que un escritor podía meterse con todo: con la Historia, con la fe, con la política, con la prensa, con la guerra. Que podía narrar la locura, sin volverse loco, y la esperanza, sin caer en el ridículo; y sobre todo, que podía hacerlo con una voz que no te soltaba, que te arrastraba como río crecido, que te exigía atención y entrega. Ese fue el Vargas Llosa que yo tanto admiré, el que me hizo mejor lector, alguien que lee con las tripas. Él me mostró que una novela puede ser más verdadera que un noticiero, más honesta que un tribunal, más poderosa que una ideología. Él me dijo, sin decírmelo, que escribir vale la pena, aunque uno termine solo, mal pagado y a la intemperie, porque hay belleza; y hay verdad; y hay libros como ese, que justifican todo. Por eso hoy estoy de luto. Porque se ha muerto el hombre que me regaló eso. Porque, sin conocerme, sin saber quién era yo, me ayudó en la tarea de brindarle sentido a la vida; me dio una forma de mirar las cosas; y porque ahora, sin él, me toca seguir escribiendo —como quien sigue caminando después de haber perdido la pierna buena— sabiendo que ya no vendrá el nuevo ensayo, la nueva novela, la nueva columna; ya no habrá más Vargas Llosa. Solo nosotros. Sólo este vacío. Sólo esta pena. Nos queda el consuelo —tibio, insuficiente— de su obra. De ese monumento verbal que dejó, página tras página, como quien planta un bosque en medio de la intemperie. Nos quedan sus libros, pero no él; y eso, francamente, me rompe el alma. Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/ Luis Villegas Montes. [email protected], [email protected] ![]() ![]() |
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